Un pintor de flores y sus batallas

Destellos. Las pinturas de flores de Hernán Marina son como encuentros azarosos con lo bello. Una vuelta a la naturaleza, vital.

Sus obras de gran formato, expuestas hasta el 10 de mayo en Naturaleza Moderna, en la galería Herlitzka & Co (Libertad 1630, Capital), nacieron en la cuarentena durante la pandemia.

La invitación a su muestra dice que por entonces fotografió las plantas de su casa. Hizo autorretratos. Creó bocetos digitales, su principal medio de expresión. Y, finalmente, decidió pintar flores por primera vez para «volver a lo esencial». Para evocar al «sujeto que se desvanece ante la maravilla». Para, en medio de la crisis ambiental y tanto virus, darle el trono a lo mejor de la naturaleza, aunque sea por un rato. Todo sin negar la tecnología: en la nueva obra, su huella está.

Pensar que pintar flores estuvo «mal visto». Pese a los cuadros de naturalezas muertas célebres, fue «cosa de chicas» hasta entrado el siglo pasado, cuando esa consideración equivalía a denigrar.

A Georgia O’Keeffe le recomendaron pintar flores y nada más, no porque las usaba para crear maravillas abstractas cargadas de erotismo -como sucede en alguna pieza de Marina-, sino para no incomodar. Y Claude Monet, el autor de los más revolucionarios y bellos nenúfares de la historia del arte, dijo (con ironía, cierto): «Debo haberme convertido en un pintor de flores».

Incluso los jardines, obras del hombre para encontrarse (y perderse) en la naturaleza, podrían leerse como formas de domesticación. De hecho, contra esa idea, ya a fines del 1800, se apeló a exaltar formas orgánicas hasta en los miradores de los parques construidos con hormigón.

Ya entonces se buscaba romper con la visión de la humanidad que somete a la naturaleza, cual monarca absoluto. Una cuestión que hasta ahora fracasó en la realidad pero que pervive en las buenas artes, como las de Marina.

J.Savloff – Clarín Cultura, 25/04/23 – Un pintor de flores y sus batallas