Shostakovich y Rachmaninov

En estas tardes de una primavera inusitada con lluvias imprevistas, temperaturas que oscilan entre el calor y presencias de brisas nocturnas invernales, me pongo a escuchar a los compositores rusos Dmitri Shostakovich (1906-1975) y Sergei Rachmaninov (1873- 1943). Selecciono “Vals No. 2” de la Suite de Jazz No. 2, del músico que Stalin nunca aceptó, Shostakovich; y el Concierto para piano No. 2, del “último gran virtuoso romántico”, autor de esa obra maestra que es Rapsodia sobre un tema de Paganini.

Leo varias novedades editoriales, las cuales voy deletreando según el estado de ánimo: Tríptico del Cangrejo, libro póstumo de Álvaro Uribe (1953-2022); Los intrusos, del cubano Carlos Manuel Álvarez; El mito y el desencanto, de Andrés Ordoñez; y Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua, de la poeta Chantal Maillard. Cuatro espacios literarios que se avienen muy bien con las prosodias en las que me cobijo.

Comienzo con el sexto movimiento de Jazz Suite No. 2 (Suite for Variety Stage Orchestra): “Vals 2”, que Shostakovich escribe en 1938 para la Orquesta Estatal de Jazz por petición expresa de su director, Victor knushevitzky. / Las piezas Jazz Suite No. 1 (1934) y Jazz Suite No. 2 no son composiciones jazzísticas. Dos partituras que Shostakovich escribe dentro del concepto tímbrico del Music Hall. Quizás el tercer movimiento, “Foxtrot (Blues)”, de la Jazz Suite No. 1, acuse ciertos reflujos sincopados en los ataques de la sección brass, pero hasta ahí: la visión del compositor ruso acerca de los enlaces armónicos/rítmicos, de New Orleans, es quizás un poco imprecisa.

“Vals No. 2” de rebosada configuración instrumental: motivo melódico que inician las cuerdas y metales desde acompasada copla que se reitera. Pizzicatos de los violines que subrayan el leit motiv. Conducción orquestal en que las acentuaciones Shotakovichianas se hacen patente desde concordante prodigio instrumental. Subrayo en el libro de Uribe: “Otra vez estoy a solas con lo inmediato. Otra vez siento miedo y espero que se me dé la entereza o por lo menos la resignación”.

Bebo un poco de agua mineral con limón y entro a las pronunciaciones de Concierto para piano y orquesta No. 2, del siempre estimado Rachmaninov. Aprecio a un pianista que asume el primer movimiento (“Moderato”) con precisión en los conformes para permitir la entrada de los violines en el dibujo del motivo melódico que el piano retoma con fervor, y los chelos sospesan con tácito realce.

“Adagio sostenuto”: la flauta preludia clamores delicados escoltados por un pianista de sublimidad arropante. (Este movimiento prueba la deuda del pianista de jazz Bill Evans con Rachmaninov). “Allegro scherzando”: lúdicas conjunciones instrumentales (¿Gershwin anda por ahí?). Raíces románticas exaltadas en la poética entrañable de Rachmaninov. Subrayo en el cuaderno de Maillard: “El infinito es el dolor / de la razón que asalta nuestro cuerpo. / No existe el infinito, pero sí el instante: / abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido; / en él un gesto se hace eterno. / Cuando algo acontece no hay escapatoria: / toda mirada tiene lugar en el destello”. Estoy seguro que la poeta escribió estos versos escuchando a Rachmaninov.

Carlos Olivares Baró – La Razón, 29/04/23 – Shostakovich y Rachmaninov