(Rafa Ruiz, El Asombrario Publico, 05/08/2025) – Las provocadoras (o contra-provocadoras; luego lo explico) jóvenes, adolescentes y niñas de la joven pintora canadiense Anna Weyant (nació en Calgary en 1995; reside en Nueva York) han entrado en varias salas del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza para desafiar la mirada del hombre voyeur. Weyant está experimentando una carrera meteórica desde que la prestigiosa galería Gagosian se fijó en ella hasta ésta, su primera muestra individual en un museo, gracias a las negociaciones que está manteniendo para que alguna de sus obras pase a formar parte de la colección de Blanca y Borja Thyssen-Bornemisza.
Se trata de una muestra de una veintena de obras de Weyant (desde su primera pintura, de 2018, hasta algunas de este mismo año) que dialogan con algunas piezas maestras de la colección permanente del museo, como Magritte, Balthus y Piazzetta. Con una paleta muy restringida en la que dominan los negros y beiges, el gran acierto de Weyant ha sido saber recoger el espíritu de las nuevas generaciones y su ansia por crear dobles en las redes, pero con una técnica y presentación clasicistas, con ecos que pueden recordar las sombras de Caravaggio, los blancos de Zurbarán, las pieles de las mujeres de Artemisia, y todo ello pasándolo a menudo por la turmix del pop y del cómic, como las flores del diseñador Marc Jacobs para su perfume Daisy. Incluso en los títulos de los óleos encontramos guiños a la cultura pop, como ese It’s a Heartache de la canción que Bonnie Tayler popularizó en 1978 o el That’s all, folks, con el que terminaban los episodios animados de Looney Tunes en la voz del cerdito Porky.
Nos lo explica así el Thyssen: “Weyant representa un mundo suspendido entre lo onírico y lo cotidiano, con un estilo figurativo moldeado por la tradición artística. Su iconografía retoma los géneros y las convenciones de la historia del arte desde una mirada contemporánea y remite tanto a la cultura popular estadounidense como a movimientos de la modernidad de entreguerras, como el surrealismo. Weyant mira al pasado, pero también reflexiona sobre el presente, fusionando su técnica pictórica con un humor negro y una perspectiva feminista muy actual”.

Desde esa perspectiva, Guillermo Solana, director artístico del museo (la artista suspendió a última hora su visita a Madrid para participar en la presentación de su exposición), encuentra que la provocación de las jóvenes de Weyant es, en realidad, una “contra-provocación”, “una patada al ojo voyeurista masculino”. Esos sexos depilados de niña explícitamente expuestos, esas bocas abiertas que no se sabe si indican algo terrorífico o están pidiendo una felación, esas miradas perturbadoramente inocentes, el fetichismo de las largas melenas sueltas… significan, según el análisis del Thyssen, devolverle el guante a la sucia mirada machista.
El juego de dobles que se repite en varias pinturas representa la dualidad que tanto le gusta crear en redes a las nuevas generaciones. Y el gusto por retratar mujeres tan jóvenes quiere reflejar, como ha explicado alguna vez la propia artista, cómo se viven las emociones en esa época, de una manera tan dramática, tan teatral, a veces por cosas nimias, cuando es una etapa decisiva en la vida de una persona, pues se va forjando su carácter y su autoestima.
Y qué decir de sus bodegones, siempre con un guiño intrigante, amenazador, como esa pistola con un lazo o esas sombras de un hombre con un cuchillo que se proyectan en un juego de cacerolas.
Weyant ha mantenido una relación sentimental de varios años –rompieron en invierno del año pasado– con el millonario galerista Larry Gagosian (50 años mayor que ella, propietario de 18 galerías –6 de ellas en Nueva York– y representante de primerísimos nombres del arte como Cy Twombly, Richard Serra, Andy Warhol y Damien Hirst), lo que pudo influir en el empujón a la fama y al mundo de las celebrities, y en que se convirtiera en mujer muy deseada para revistas como Vanity Fair y Vogue. De hecho, también cuelga en el Thyssen el retrato que le hizo a la modelo y actriz Kaia Gerber (hija de la supermodelo Cindy Crawford, y tan espectacular como ella), un encargo de Marc Jacobs para una portada de un número especial de Vogue (por cierto, el único cuadro de esta exposición del que no se pueden tomar fotos).
Con esa experiencia, la artista ha sabido explotar el juego entre la denuncia y la provocación, entre lo inocente y lo turbio, entre lo real y lo artificial, la verdad y la máscara, el postureo y lo existencial, y en algunas de estas obras que ahora exhibe el Thyssen podemos percibir cierta crítica hacia ese mundo falso del brilli-brilli de la fama frente a su paciente y concienzudo trabajo encerrada en su taller, que es en lo que ahora quieren insistir una y otra vez sus representantes.
Que su hermano, Austin Weyant, dos años menor, tan atractivo como ella, sea actor (El jilguero, No estás a salvo aquí…) también puede haber contribuido a que Anna entrara por la puerta grande en ese mundo hollywoodiense de focos y destellos.
Parece que ahora la artista quiere pasar página de esos años de deslumbramientos para centrarse en lo que mejor sabe hacer, pintar con una factura impecable. Así, cuando se les pregunta sobre dónde radica el secreto del éxito de Weyant, sus representantes de la Gagosian contestan que precisamente el secreto está en su secreto, en que es “una mujer enigmática, misteriosa”, a la que lo que más le gusta es “encerrarse en su estudio” a pintar esas mujeres jóvenes que tanto se parecen a ella y a sus amigas, y en las que vuelca en forma de óleo toda su crítica a las miradas y comentarios machistas.
‘Anna Weyant’. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Hasta el 12 de octubre.